No se trata de presentar aquí el programa de tolerancia cero dirigido por Rudolph Giuliani, alcalde republicano de Nueva York entre 1994 y 2002, ni tampoco la campaña de confinamiento que abarca el mundo entero desde el 2020. Se trata de evocar la obligación general de prevención que pesa sobre los frágiles hombros del empresario1.

Hace tiempo, el fabricante de automóviles Renault redactó un artículo 2.1.4 de su reglamento interno para la planta de Sandouville, en Normandía, en el que prohibía la introducción, distribución o consumo de bebidas alcohólicas. A priori, no se trataba de frascos para desinfectarse las manos, los productos estrella que habría elegido Louis Pasteur, que tenía fobia a los apretones de manos. Esta proscripción provocó la ira de la Direccte (Dirección Regional de Empresas, Competencia, Consumo, Trabajo y Empleo) de la Alta Normandía. Totalmente reacia a seguir el movimiento pastoral de la prohibición, solicitó educadamente pero con firmeza la modificación de esta redacción, que atentaba claramente contra los derechos y libertades individuales a disponer de licores. El Tribunal Administrativo de Rouen y el Tribunal de Apelación de Douai siguieron su ejemplo dado que el empresario no aportó ninguna prueba estadística que justificara la relación entre el número de accidentes y el alcohol.

Si no hay accidente, no hay riesgo.

Por supuesto. Y si hubiera muerto al día siguiente, habría vivido más.

Cabe preguntarse si los tribunales administrativos bretones mostrarían el mismo entusiasmo para llevar a cabo la jubilación anticipada de los radares de Finisterre; un saliente de tierra sobre una masa de agua.

El Consejo de Estado se mostró más prudente.

Al contrario, estimó que la prohibición impuesta por el fabricante del rombo estaba justificada por la naturaleza de las tareas a realizar y era proporcionada en relación con el objetivo pretendido. De hecho, 1.500 de las 2.262 personas trabajadoras utilizaban máquinas y herramientas de carrocería y montaje, y empleaban productos químicos. Además, todo el personal debía desplazarse habitualmente por toda la planta y compartir las mismas instalaciones2. Por lo tanto, el riesgo era elevado, no era necesario esperar a que se produjera un riesgo para justificar la norma liberticida.

«La libertad, sin embargo, no significa evadir impuestos, conducir en sentido contrario por la autopista, fumar en los restaurantes o rechazar una vacuna que me protege tanto a mí como a los demás. La libertad significa aceptar las reglas sin las cuales la vida del grupo puede verse amenazada e incluso hacerse imposible.

La libertad es la obediencia a la ley que uno mismo se ha trazado, es para mí —y supongo que para usted también— un viejo recuerdo del último año de bachillerato —el de Rousseau, por supuesto».3

¡Aaaaah este Jean-Jacques! Un viejo recuerdo del último año de bachillerato. Sin duda un compañero de clase que explicaba cómo el Hombre bueno por naturaleza se hace malo. Con este razonamiento, «se pueden» hacer cosas.

El trabajador no tendrá otra opción que huir de esta «ley seca» y trasladarse.

No puede cometer un error al rechazar cobijarse bajo las faldas de la central alegando el fundamento del artículo 8 del Convenio Europeo de Derechos Humanos que proclama el derecho de toda persona al respeto de su vida privada y familiar, de su domicilio y de su correspondencia.

Sin embargo, en este otro ejemplo que le expongo, unirse al pueblo de los irreductibles galos en tierras armoricanas, aun cuando el empresario estuviera establecido en tierras de Île-de-France, no estaba exento de consecuencias.

De hecho, el empresario debe adoptar las medidas necesarias para garantizar la seguridad de su personal. Al mismo tiempo, el trabajador debe cuidar de su propia salud. Tan obvio que era preciso escribirlo en la ley. No cabe duda de que los 450 kilómetros que separan el domicilio del lugar de trabajo no permitían la conciliación de la vida familiar y profesional, máxime cuando el trabajador estaba sujeto a un acuerdo por días trabajados. En este supuesto, el empresario debe poder garantizar un volumen y una carga de trabajo razonable. La obligación de preservar la salud prima sobre la libertad fundamental: la salud es la condición de la libertad4.

El Tribunal de apelación de París tampoco se anda con chiquitas. Sobre el tema de la libertad, nada de «muere y vuelve a intentarlo». Este empleado de la empresa Safran Aircraft Engines no podía publicar en LinkedIn un cartel expuesto en las instalaciones de la empresa sin incumplir las normas de confidencialidad. Poco importa el grado de confidencialidad, es preciso cortar de raíz esta manía de la libertad de expresión.5 Cuidado con el fondo de tus selfies de Instagram cuando estás comiendo un sándwich vegano bío de moda en la sala de descanso, te puede costar caro.

Deberás pensar también en el ilustre Joseph Meister, el niño alsaciano de 9 años que fue curado de la rabia a pesar de que el protocolo de investigación estaba incompleto.6 En esa época no se planteaba el principio de precaución. ¿Y cómo se puede hablar de la libertad del paciente cuando la muerte está asegurada?

Richard Wetzel, Abogado Asociado

  1. Artículo L.4121-1 del Código del Trabajo
  2. Consejo de Estado, 1ª – 4ª cámaras reunidas el 14 de marzo de 2022, 434343.
  3. Declaración de Olivier Véran, entonces Ministro de Solidaridad y Salud, sobre el proyecto de ley relativo a la gestión de la crisis sanitaria, en la Asamblea Nacional el 21 de julio de 2021, día del nacimiento de Alejandro Magno. Desde entonces, fue nombrado el 20 de mayo de 2022 Ministro Delegado encargado de las relaciones con el Parlamento lo que le permitió, por fin, declarar su amor a la Asamblea Nacional después de haber desgastado su trasero en los asientos de terciopelo del Palacio Borbón.
  4. Tribunal de Apelación de Versalles, 10 de marzo de 2022 n.º 20-02208 DG contra la empresa Konica Minolta Business Solutions France.
  5. Tribunal de Apelación de París, 23 de febrero de 2022, n.º 19/07192.
  6. Joseph Meister fue el primer ser humano tratado de la rabia en 1885 por el doctor Jacques Joseph Grancher; dado que Louis Pasteur no era médico él no podía inocular la vacuna.